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Y tu nieve, ¿de qué la quieres?

Actualizado: 20 nov 2019

Autores: Mar Marín y Luis Gavinha


La calle está desgajada, abierta e imposible de cruzar. Una barrera de barro y grava es custodiada por dos autómatas amarillos gigantes que arañan la tierra. La bruma les nubla la vista, y el cielo blanco engaña sus sentidos. ¿La misión del día? Tun, tun, tun-tun-tun-tun, tun... Dos jóvenes buscan aprovechar al máximo su mañana antes de aventurarse en otra aventura: conseguir un violonchelo a precio de miércoles de plaza.


Un lugar sui géneris les da la bienvenida. La Biznaga, un lugar digno de los sueños febriles de Pedro Linares por su decoración ecléctica y cocina heterodoxa. Les acompañan cantos de desahogo artístico en forma de rap, una orden de enchiladas de flor de jamaica, unos molletes con chilaquiles y dos cafés de la olla. “Los días nublados antojan más un helado”: menciona Luis. Son las 11:30 de la mañana. El muchacho no ha llenado el hueco: “Hay un lugar cerca que podríamos conocer”.


Una heladería de sabores atípicos es el destino. El GPS marca un cruce de 900 metros de casonas, desniveles y mercados. La calle de Gutiérrez Nájera se adentra en dirección al Mercado La Cruz. En el cruce su sentido del olfato es estimulado. El olor a madera de roble y el aroma de tortillas frescas se entremezclan. Mariana y Luis rodean el dédalo de trocas chocolatas hacia la calle Damián Carmona.


Las dudas surgen. El GPS de Luis finaliza la ruta. La estatua del héroe republicano —aquél que da nombre a la plaza, a la calle y a la privada contigua—, es lo único visible en el espacio. ¿Cuántos transeúntes habrá visto perderse de la misma forma? La calle escondida al fondo de la figura metálica parece ser la respuesta. Plic. Plic. Plic. Comienza a lloviznar. ¡Tric! ¡Tris! El ruido constante de la maquinaria que rehabilita la plaza dificulta la orientación.


Caminan por la calle empedrada y sortean cráteres de agua terrosa. 101, 105, 107. La numeración de los edificios presenta un misterio. “Oye, se salta el 103”: apunta Mariana —quien comienza a dudar de la existencia del lugar—. El fragor de los automóviles en Avenida Universidad les indica la dirección incorrecta: “¿Seguro que existe este lugar?”


La situación empeora. Mariana intenta rectificar la ruta con su celular. El aparato se apaga. Luis intenta usar sus datos. Se acaban. Una señora con escoba en mano—, y un señor en pleno cuchicheo los miran con interés. Se acercan a ellos; parece un excelente momento para consultar con los locales. “En esos edificios hay un chico que hace una nieve muy buena en su departamento. Se me hace que es él…”: comenta la señora sin soltar su escoba. El edificio habitacional que señala no da confianza. La situación se asemeja a las películas de terror donde la audiencia grita: “¡No te metas ahí!”, pues bien, alguien finalmente los escuchó.


Caminan para pedir otras direcciones. Preguntan en un local de comida para mascotas de olor penetrante. No tienen suerte. Siguen directo hacia un café internet. “Vas derecho, a la derecha y luego por acá atrás de la estatua. Sigues a mano izquierda; creo ahí está”: dice el dueño de la tienda. “No José, éstos ya andan bien lejos. Es atrás de los departamentos topando pared”: lo contradice el vendedor de artículos de limpieza. “Sigan derecho, es en la misma avenida”, concluye una clienta.


Media hora pasa. La paciencia de Mariana disminuye y se lleva todo el deseo de encontrar los helados de Central Garrafa. Las gotas de lluvia pintan la acera. “El local debería estar aquí”: dice Luis y señala la esquina de la plaza. “Vamos a preguntar una última vez y ya nos vamos”: insiste.

Una última búsqueda. Luis observa la calle que dirige su tránsito hacia Avenida Universidad. No habían caminado por ahí. Transita alrededor de cinco metros, algo dentro de él parecía decirle: “Frío… tibio… tibio… ¡caliente!”. Luis levanta la mirada: “¡No manches!”. Sorpresa. El local había estado todo el tiempo frente a ellos. Como quien busca las llaves de su casa y las tiene en la mano, Mariana y Luis sintieron que por fin habían resuelto el acertijo de Central Garrafa.


Más de 50 helados gourmet. Lambrusco. Chicle. Picafresa. Gansito. Carbón Activado. Piden un helado cuádruple para compartir: taro y chocolate abuelita, aguacate y mamey. Ambos toman su cuchara. Se miran a los ojos. Sonríen, pueden saborear el helado en su boca sin haberlo probado. Se construye la tensión a punto de probarlo. ¡Affrettando! Dan el primer bocado. Pareciera que la melodía Nessum Dorma suena en el ambiente representando el momento de máxima tensión. ¡Puuuuuuuagh!, como diría Mafalda, es el sonido que Mariana hace. Luis, por otro lado, degusta su nieve de aguacate y comenta que, tampoco está tan chida. “Mejor te llevo a los helados de barril del Break”.


El helado comienza a derretirse por el calor. Su reloj marca las 12:45 pm. Los dos se dirigen al centro de la ciudad dando por finalizada su misión. “Vamos a buscar el violonchelo”: dice Luis. Al final, el helado resulta ser lo que menos importa. Más de una hora perdidos en un palmo mínimo de terreno sirve para enseñarles que más allá de los helados exóticos el verdadero reto a los sentidos está en las calles y las plazas de la ciudad. Ahí se esconden, se pierden y se encuentran historias más únicas que un helado de tequila o Pulparindo.


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