Hot-Cakes de fresa con plátano, por fa.

Tres veces a la semana nos vemos para desayunar. Cada vez que lo hacemos, Aziz me llama a las 06:45 para que me dé tiempo de alistarme; yo contesto y le digo que ya estaba por levantarme. Llega por mí 08:05 puntual, en cada ocasión. En cada ocasión, me estoy saliendo de bañar a las 08:00. “Ya ni la amuelas” me dice mi mamá, quien sale a trabajar mientras yo me preparo para ir a desayunar. 

Salgo con el cabello mojado y casi goteando, cierro la reja en lo que Aziz baja del carro para saludarme con un abrazo. Le repito cien veces perdón por mi tardanza. Nos detenemos unos diez minutos más en decidir dónde podemos desayunar, aunque lo hayamos acordado la noche anterior. A mí me gusta proponerle ir a Ihop. “Si no te hubieras tardado tanto, sí hubiéramos alcanzado a ir”: me contesta. Al final terminamos yendo al Vips. La primera vez me dijo que éramos como señores. La última vez me confesó que sí le gustaba. Ya hasta nos dieron una tarjeta de descuento por las visitas tan frecuentes. 

En el restaurante nos rodea gente mayor, quienes nos ven de manera curiosa y voltean a cada rato cuando nos escuchan reír por pura tontada. No pudimos ir a Ihop, pero en el Vips hay promos de hot-cakes. “Dos por $33 más, ¿jalas?”: nos preguntamos mutuamente. En los seis años que llevo conociéndolo, siempre le reprocho que a veces no me hace caso cuando hablo. Cuando decidimos qué pedir, individualmente, le digo que veamos qué hot-cakes vamos a querer. Me ignora. “Qué raro que, de nuevo, no me hizo caso”: me digo. 

“...y nos trae unos hot-cakes de fresa con plátano, por fa”: como si telepáticamente nos hubiéramos puesto de acuerdo, o como si estuviera seguro de que yo hubiera pedido los mismos. Mientras desayunamos, me doy cuenta de que estoy con mi mejor amigo; la persona que mejor me conoce, y pienso que, no me gustaría compartir los hot-cakes de fresa con plátano con nadie más. Terminando de desayunar, me lleva a la escuela, me desea un buen día y pregunta cuándo lo repetimos.