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Golpes de Arco

Actualizado: 17 ene 2020

Autores: Mar Marín y Luis Gavinha


“Si me retiro definitivamente de la música me gustaría ser un boxeador callejero como Kimbo Slice”, bromea Roberto. 


Escucharlo hablar es como el violonchelo mismo. A primera vista, parece que escuchas un instrumento serio y solemne interpretando la Suite No. 1 de Bach en la Sala Nezahualcóyotl un viernes por la noche. La segunda impresión te remite a la sensación de haber sacado por oído el tema principal de Game of Thrones a la primera. 


Roberto se asemeja al chelo que, al tocarlo, imprime la actitud que desea el intérprete. 


Originario de Chile, se trasladó a México hace 17 años. El proceso de aculturación es notable. Su acento chileno deja escapar graciosamente un weón al inicio de cada frase y un no manches al finalizarla. 


Roberto se mudó a México para estudiar en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Autónoma de Querétaro. Una anécdota que no puede olvidar. Actualmente es profesor de chelo y miembro del Cuarteto Piatti, con el cual se transporta de la música clásica hasta la música popular. También, le gusta practicar deporte. Si encuentra tiempo en su agenda disfruta de entrenar boxeo para mejorar su agilidad.


Su primer solo fue interpretado frente al jurado de audición para ingresar a Bellas Artes. No sabía mucho de lectura, pero tenía intuición. Su nerviosismo se transformó en arcadas y notas liberando la tensión acumulada que Bach imprimió en el primer movimiento de la Suite No. 1. 

La disciplina es una característica que Roberto compromete hacia su instrumento. Para él, un día sin practicar puede provocar que los sonidos del arco se asemejen a escuchar la cadena de la bicicleta sin aceite. Su maestría compone horas de ensayar las escalas musicales. Una recomendación para todos aquellos que al interpretar a cada rato Clocks en el piano, o Wonderwall en la guitarra, deberían practicar. 


La vida de un músico está en constante movimiento. Despertar. Estudiar. Dar clases particulares. Comer. Dar clases en la universidad. Ensayo. Arreglos. Pausa. Arreglos. Concierto. Quizás, una gira. Roberto no se queda quieto. Todos los días podrán ser diferentes, pero la constancia lo es todo. Casi como la perseverancia que emplean los bancos al llamar todos los sábados en la mañana. Así es el estudio para Roberto. Además, el chelo es un instrumento muy celoso. Requiere de mucho estudio y práctica constante para no perder el sonido. Seguir preparándose es clave para su futuro. Casi como un deporte de alto rendimiento, donde los cheatdays se pagan con torpeza, mal sonido y sudor frío frente a cientos de personas cuando está en el escenario.

Esta constancia le ha rendido frutos. Como aquella vez que visitó a su familia después de ocho largos años en México y tocó frente a su madre. “¡Ha sido la vez que más me he puesto nervioso, pero valió la pena totalmente!”, cuenta Roberto.


Es una lástima que la música, y en general las Bellas Artes no cuenten con el apoyo que se merecen. Son personas como Roberto las que logran que nuestra sociedad se nutra. Sin duda, aprender un instrumento debería ser considerado igual de importante como aprender a leer, hablar otro idioma, o saberse el RFC de memoria. Por eso, la idea del retiro le parece lejana. Busca trascender su pasión por la música y el chelo. Pareciera que desea convertirse en un Master Jedi, y transmitir todo su conocimiento a sus jóvenes Padawans. Específicamente, a su pequeña sobrina. 


La historia de Roberto y su pasión por el chelo parece haber sido seleccionada de Pokémon.

—¡Chelomón, yo te elijo!, podría haber gritado la primera vez que escuchó el instrumento ser ejecutado en una sala de conciertos. Es su versatilidad y emocionalidad las cualidades que evocan una comparación entre el hombre y el instrumento. “Nunca tuve una afinidad como la que tengo con el chelo. Desde que lo agarré, había una conexión distinta. Fue algo muy natural. Nunca pensé ser músico, solo se dio”. 

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